domingo, 15 de junio de 2025

Rodrigo Lira: Epiglama Oliengtaleh

Tlawa hito leido fuelo de ploglama por lodligo lila, alugno de wa chiyelato en ling wuística, sede oliengte, en el salóng de alktoh de la ehcuela de ingenelía el vielneh shiete del shiele del shetenta y ocho en 
un alcto olganishado pol la lama litelalia de la acu 



epiglama plimelo                                   

                               «El dinelo: ¿Eh la lecong pencha de la viltú?» o «La
                               pelchevelanchia: ¿tlae we na foltuna» (como dishe el
                               I ching a cada lato)?

                               El ploblema
                               de la ploblecha
                               paleshe no tenel aleglo;
                               pelo, kaleshieng do de molal...
                               no ha de faltal 
                                        lo matelial 


 el otlo epiglama:                                   

                               She pohtula que la acu puntula cula la engfelmedá, 
                               la lokula, la neuloshi, la sholedá, el shuflimiengto
                               y el dolol -ke a ehta al tula del paltido leshultan
                               leshelah in chopol table, polke ni fu man do mali wana 
                               podlía lo uni vel shi talio de I kielda ek pelimental 
                               tlan ki li da i felishidá -de manela que tenel 
                               que integlalshe lá pida mente a un tayel de cual quiel 
                               lama del alte o del queachel al tihtico cultulal, o 
                               folmal uno kong loh komg pañeloh de culso o de luta. 


flache de pohtle:  
                               La patlia etal plimelo 



otlo epiglama ke chin plovi shó en el calol decheng kuentlo, shulgido 
a plopóshito de que afilmaba que la ela taba paliengdo un kolachong 
y kia que acudil collengdo (lo tlang clibimoh de pueh de colegil, 
tijeleal y aglegal):                                   

                               1) La ela / pue de / ehtal paliengdo                                         
                                    un kolachong; pelo tang bieng  
                                    podel shalil un latong dentle loh sheloh
                               2) Y tú ¿sabel kochinal loh latoneh
                                    pa que le sulte sablocho? 
                               3) ¿O kolel y chiyal y shubilte a una shiya? 
                               4) ¿O pleguntal en la peletelía  
                                    pol el pleshio del laceming y lah tlampah? 



otloh al tefaktoh velbalen que no sa lielong en eche eng cuentlo
                               «achelca de la poeshía» 

- La shelka de la poeshía ela we na, polque la poble poeshía etal tang    
sel kada que no podel la cachal casi nada 
- Shapato ke aplieta genelal wanete 
- No kwal kiela echung pelo de coyal 
- El que nadal contra la coliengte    
   tenel que elegil entle    
   achel lel kite a    
   o ehtle yalse contla    
   loh camaloneh que sheke dalong dolmidoh 
- Valol milital y valol de kang bio:    
   Choldado ke alanca y    
   moneda ke chia ola    
   chilven pala otla opoltunidá: 
- A dioh le sang do y cong el maltiyo clavangdo:    
   Pol mah que la feh pueda movel mongtagnah    
   la ola chione no aleglan lah gotelah

sábado, 24 de mayo de 2025

2 cuentos de Carlos "Mono" Olivárez



Rotativo

Antes de revisar la maleta desconectó la alarma electrónica. Volvió a subir al auto y puso la llave en el contacto. No tenía ninguna razón para disimular el tic que le hacia palpitar el ojo izquiendo. Giró la llave y como todos los días anteriores no hubo ninguna explosión.



Tus Labios de Rubí

Como buen estúpido, le pregunto qué haces si la estaba viendo que metía su ropa en la maleta, le to-mo los brazos tratando de impedirle que siguiera. O sea, que me encontré una especie de disculpa en pre-guntarle y ganar algo de tiempo antes de agarrar su mano y apretársela hasta que empezaron a sonar los huesos y se largó a llorar, igual que siempre. Sólo en-tonces entendí que había entendido, y traté de abra-zarla con esos abrazos medio torpes que le gustan tanto, pero siguió sollozando y golpeándome la es-palda. La solté sin darme cuenta, porque tengo esta neblina, y me quedé paralizado un rato, un pequeño rato, que ni vi cuando desapareció. Un poco más re-cuperado, traté de entrar al baño, pero le había pues-to cerrojo, y le rogué sinceramente, aunque crean que me averguenzo, le rogué que abriera, y nada, le grité, y no me contestaba, le supliqué que me dejara entrar, le dije que no me obligara a patear la puerta, que la iba a romper, hasta que no me quedó otra. Aunque no sabía que me destrozaría tanto el hom-bro, el cerrojo saltó, y ella lanzó un grito aturdido. Estaba sentada en el inodoro, como le dicen los ma-ricones a la taza del baño con la faldita levantada y los calzones en los tobillos, mostrando las piernas y llorando de verdad, con lágrimas gruesas, y me desa-broché los pantalones, me baje los calzoncillos por-que la verdad es que me produjo un calentón la yegua. Era una cosa deliciosa, mi cosita deliciosa que era mía para siempre. Me senté en sus rodillas, y ella lo vio y se puso histérica, se le terminó el llanto. Co-menzamos a luchar. Era una pequeña pantera que defendía, no sé que defendía si era entera mi mujer ante Dios. Nos fuimos enredando con las ropas me-dio caídas, medio en pelotas me la fui llevando al dor-mitorio. No podía dominarla. Me arañó los ojos y me gritaba que ahora lo sabía, has estado mintiéndome todo el tiempo. Y yo para qué iba a preocuparme si ya casi la tenía recostada en el colchón y logré sacar-le los calzones. Ahí fue cuando encogió las piernas y me lo dio tan fuerte que todavía las tengo medio hin-chadas. Mira. ¿ Las tengo o no las tengo hinchadas?. Por eso logró zafarse, ya te quiero ver con un rodilla-zo en las huevas. Tuve que soltarla pero me abalancé sobre la maleta y desparramé toda la ropa. La levanté en el aire y luego agarré su bolso y también lo tiré to-do y puse llave al departamento y me guardé la llave. Ya no lloraba. Estaba atontada pensando, i me mira-ba de una forma! Nunca me había mirado así. No sabía que una mujer, o sea la mujer de uno lo puede mirar así, como una desconocida. Podía imaginarme que ya no me quería. Me gritó que se iba, que se man-daba a cambiar, que le importaba así tanto lo que yo hiciera, y yo le dije cómo qué dijiste, pensando que son esas cosas que se dicen por decir, que no signifi-can nada, pero me lo repitió de nuevo y me desen-chufé aún más porque pregunto cómo una mujer puede decirle eso a su amor más lindo, no lo com-prendo. O sea, que sonaba, me sonaba, lo escuchaba con reverberancia, me parecía una rabia pasajera, una pataleta rápida ya que tenía la menstrua. Me había dado cuenta de que la tenía cuando la escarbé. O porque le había ido mal en algo o por esas tonterías que se le meten a las mujeres, y uno que es hombre no comprende, pero me lo volvió a decir y me agregó que era un hocicón de a tres pesos. En un tono más bajo, sacando la voz de bien atrás, que no podía so-portar vivir con un perro fanático, y yo en lo único que pensaba era que estaba sin calzones, que antes me tenía miedo, pero ahora no, ni un segundo más, y las bolas empezaron a arderme. Me largué a reir por-que eso sí lo había escuchado varias veces, pero lo habíamos arreglado con un ritmo lento en nuestro adorado boxspring que teníamos y siempre me había terminado repitiendo las mismas cosas que nos gus-taba tanto repetir, por eso me largué a reir y avancé a acariciarle la mejilla y a decirle todo lo que me gus-ta que me cargues de eléctricidad para abandonarme al único objetivo de mi vida que es adorarla y disfru-tarla centímetro a centímetro pero no quiso mi ma-no y me escupió a la cara, sapo repulsivo me das asco, que eres un pelagatos, una triste imitación de hom-bre, que eres, y me dió rabia y entonces transformé la caricia. Está bien que uno sospeche un montón de mentiras, pero que se lo digan ya es otra cosa, y creo que ahí sí se me pasó la mano, algo que no podía ima-ginar estaba en mí ni en ninguna parte, o sea, que no me di ni cuenta; si lo hubiera pensado, le podría ha-ber dicho que estaba equivocada, que eran los otros los que nos iban a mandar por el barranco, que eran ellos o nosotros. Una cosa simple de entender. Te lo juro, no lo hago. ¿ Por qué uno va a hacer algo así con el único tesoro que tiene?. Ya te digo. Me equivoqué medio a medio, aunque ella no tenía por qué despre-ciarme de ese modo. ¿ Y desde cuando?, le digo, si soy el diamante de tu vida. Pero nunca me perdonaré haberle pegado tan fuerte, y sólo porque el llanto cambió, o sea, que no era un llanto de dolor, un llan-to de todavía no me explico en qué momento descu-brió que era eso que me decía si todo lo que hago es para que no nos pase nada y sobre todo que no sólo era también el dolor de mi mano sino del cuerpo en-tero lo que me molestaba y le dije ándate si quieres, ándate a la misma mierda si quieres defender a esos asesinos, y empecé a meter la ropa en su maleta. Tu-ve que pisotearla porque los broches no cerraban, pe-ro hice fuerzas y logré medio cerrarla, y seguí con el bolso, y cuando terminé con el bolso, la vi acurruca-da, medio amontonada, con los ojos rojos, arrincona-da en la esquina de la pieza con miedo, y quizás por eso mismo cuándo uno va a comprender a las muje-res. Por qué estaba así si ahora yo la estaba echando que era lo que quería, ¿no?. Era lo que quería por-que su amor se le antojaba que hacía cosas malas. Pe-ro no es así. No lo es, puta desgraciada, que te vayas, que a las putas uno las encuentra a patadas en la ca-lle. No me contestaba. Empecé a zamarrearle la ca-beza, y ella sólo se protegió con la almohada, y se la quité, le quité la almohada y se la dejé caer por la ca-beza hasta que me cansé. Uno hace cosas por amor, y no comprendes, conchas de tu madre, soy un tipo formidable que no entiendes que quieren matar a to-dos los hombres y mujeres que creemos en Dios pu-ta ignorante y le pegué con la mano empuñada porque parecía que nada le dolía y quería hacerle tanto daño como ella me lo estaba haciendo a mí. Acaso creía que no me dolía eso que pensaba, que di-jera que ya no me quería. Entonces le volvió la fuer-za, sufrió una especie de viraje y volvió a decirme que era un muñeco de tripas mugrientas, que me tenían para recoger la mierda, que era un lameculos de los perros, eso dijo. Lo dijo clarito que no podía vivir un segundo más con un lameculos. Que si lo hubiera sa-bido antes, hubiera arrancado a ochenta por hora, y le volví a dar una patada y se cayó, pero no sé de don-de sacaba tanta fuerza porque se levantó como una gata caliente y me lanzó un frasco que me rompió la ceja y la sangre empezó a resbalar por la mejilla y a metérseme en el ojo. Fue de ese modo que com-prendí por qué dicen a veces que alguien puede ver todo rojo, o sea que no ve nada, y se le olvida por qué tiene tanto odio y me pongo de perfil para proteger-me la ceja pero volvió a lanzarme el frasco que cho-rreó coñac por toda mi cara, se mezcló con la sangre. Le agarré el brazo. Me descuidé, no sé por qué me descuidé, y volvió a patearme donde mismo y me doblé, caí de rodillas. Como santo huevón caí de ro-dillas. Me había vuelto el dolor y me protegí con las manos pero de nuevo sentí un agudo golpe en la ca-beza y un pelotón de sangre que me tapaba las nari-ces. No sé cómo pero dí un manotazo y le alcancé sus amadas piernas. La tiré tan fuerte que se cayó de es-paldas. Sólo por eso pude encaramarme. De modo que ahora la tenía a mi gusto aplastándole los brazos sobre el suelo y las piernas abiertas. O sea que esta-ba en la posición para empalmárselo pero ya no tenía fuerzas. Con la rabia parece que a uno no se le levan-ta. Traté de meterlo ayudándome con la mano pero entonces le quedó un brazo libre y reanudó sus gol-pes sobre mi nariz que chorreaba pura sangre. Al-cancé la botella y te rejuro por lo más sagrado que no sabía lo que hacía, le pegué donde cayera. Fuerte le pegué y le grité que se callara porque empezó a gri-tar y le seguí pegando hasta que lanzo un último so-nido y se quedó quieta con los ojos entreabiertos y sentí que mi fuerza se iba, que apretaba una pelota de goma sin aire, y vi las gotas de sangre que le caſan en la cara, las gotas de mi ceja que sangraba mucho, y entonces me puse de pie y fui al baño a lavarme. Dejé correr el agua porque se me estaba hinchando el ojo, y me apreté una toalla mojada en la ceja con mucha furia y volví al dormitorio. Me acerqué despa-cito. Para no despertarla, me subí por el costado su-jetando la toalla, y sólo lanzó un pequeño gruñido cuando entré con fuerza. Pero no participo ni siquie-ra cuando me vinieron las convulsiones y trataba de entrar hasta donde nunca nadie había llegado, y acabé y me limpié con la toalla y me levanté medio satisfecho, pero con un tremendo dolor en todo el cuerpo porque ni sospechas de dónde saqué que la vida es un mar de color verde, y ahí se tiene uno que aguantar, mi pequeña, no puedes aproximarte a sa-ber todo lo que te amo. 
Por eso, te lo digo, me puse a esperar que des-pertara para ver si todavía tenía algo que decirle a su amor más imposible que nunca ha tenido. ¿Com-prendes?


CARLOS OLIVAREZ

(La Unión, 1945, Santiago 1999). Licenciatura en Literatura U. de Chile. Primer Premio concurso de cuentos Revista Paula 1970. Autor de "Concentración de bicicletas" cuentos, Edit. Universitaria, 1971. Crítico Literario Revista Ercilla (1969-1977). Publicista. Autor guión película "Pepe Donoso". Premio de la Crítica y CINEUC (1976). Antologado en Alemania (1972), Holanda (1975) y México (1983). Primer Premio Concurso de Cuentos Chile/Francia 1985. Premio: Viaje a París. Colaborador per-manente Sección Literatura diario "La Epoca" (1987). Combustión Interna, cuentos, Edit. Galinost (1987).